Los libros se han convertido en mis amantes más fieles, aquellos que me desnudan el alma sin nunca pedir más que un susurro de mi atención. Hay algo en sus páginas que me embriaga, como el perfume de un cuerpo distante, como un roce invisible que acaricia mi piel.
Cada palabra es un beso en el cuello, cada párrafo un suspiro profundo que me hace desear leerlos una y otra vez, como si en su frenesí literario pudiera encontrar algo que me perteneciera, algo que me hiciera vibrar en la quietud de la noche. Los libros no solo me hablan; me desean.